Wednesday 11 December 2013

Recuerdos de adolescencia.

Recuerdos de adolescencia.

Queridos amigos,

Somos lo que vivimos. En la eterna polémica entre la genética y la experiencia me quedo con ésta última. Nuestras vivencias a lo largo de la vida, desde el nacimiento, nos van esculpiendo como seres humanos. Lo que somos a través de nuestra herencia es simplemente el bloque de piedra del que saldrá uno de los muchos seres humanos que llevábamos dentro.

Desde hace unos meses he retomado contacto con mis compañeros de colegio. Muchos de ellos fueron, y ahora son de nuevo, porque quizás nunca dejaron de serlo, amigos muy queridos. La amistad es una planta que no muere fácilmente. Se marchita por el descuido pero renace a poco que se riegue y se atienda. Mis compañeros de la adolescencia se reúnen de vez en cuando. Veo por las fotos que a todos les va bien en lo que importa, en la busca de la felicidad. Veo que sonríen y bromean. Uno de ellos, desconectado como yo, calificó una de estas reuniones como “una experiencia que ha cambiado su vida”. Espero tener esa experiencia en la próxima ocasión que se presente.

Quiero por tanto dejarme llevar por la nostalgia de unos años que entonces no me parecieron felices pero que ahora, con la sabiduría que da el tiempo, sé que lo fueron. La adolescencia es una etapa dura en la que el mundo se ve con demasiadas imperfecciones que siempre son culpa de otros. El inconformismo se mezcla con la incapacidad para cambiar las cosas. En cualquier caso es tan antinatural no ser inconformista a los quince años como no aceptar que el mundo no es perfecto a los cuarenta y seis.

Es curiosa la forma en que la mente selecciona los recuerdos. Recuerdo con satisfacción las largas tardes empleadas practicando nuevas composiciones de gaita. Una música que a fecha de hoy me pone la carne de gallina y me traslada al clima triste de invierno de la tierra que me vio nacer. Música de los pueblos celtas del Océano Atlántico que me ha hecho conectar con una tierra también muy querida para mí: Escocia. Recuerdo también las horas eternas jugando al baloncesto, pescando, andando en bicicleta, jugando al tenis… Con mis amigos. Compartiendo horas de deporte que el cuerpo ya no aguanta, horas de conversación donde se mezclaba lo humano y lo divino. Donde se compartían pensamientos, inquietudes y naturalmente confidencias sobre esta o aquella chica que no se nos iba de la cabeza ni de día ni de noche.

Recuerdo mis caminatas al colegio. Media hora cuatro veces al día. De la calle Argentina por la Arnaveca pasando por delante del colegio de las monjas hasta el cruce de caminos, los cuatro caminos, donde estaba el taller de zapatería de Emilio “O Coxo”. La zapatería, con su montaña de zapatos en el centro que no desentonaba con el desorden general del local, era también centro de reuniones, tertulias y parte de la vida social de aquel barrio. También era centro de atención psicológica donde se practicaba, sin ser conscientes de ello, la variante popular de la terapia de grupo, modalidad conversación, tan efectiva contra la depresión y otras enfermedades mentales leves. Seguía nuestra ruta por la carretera general encontrándonos por este orden el cruce con la calle de la estación, varios comercios, el antiguo cine, más comercios a ambos lados de la calle, el edificio más alto de la Rúa (conocido popularmente como “la torre”) y la parte final en cuesta donde la carretera se acercaba a la vía del tren.

El tramo final estaba constituido por un puñado largo de escaleras diseñado para que con las prisas llegásemos a clase sudorosos y sin aliento. Imagino que para que diésemos menos guerra en clase, o sea, parte de la experiencia educativa. Justo antes de las escaleras había una higuera muy frondosa, supongo que para oxigenarnos y despertarnos, sobre todo tras el trayecto de después de comer.

Después me fui a Valladolid, a los alrededores de Madrid y finalmente a Inglaterra, con breves paréntesis en Francia y Alemania. Buscando algo mejor, buscando cosas nuevas, desconectándome de aquella etapa, de aquellos amigos, de aquellas experiencias. Arrastrado por la vida o quizás huyendo, posiblemente de mí mismo, pero tampoco renunciando a un pasado que ahora reconozco como muy feliz. Es curioso como he vuelto a conectar con muchas de las personas de aquel entonces como si hubiésemos estado apartados solamente unos días. Como si nos preguntásemos sobre un fin de semana de treinta años que hubiera comenzado el pasado viernes.

Queridos amigos, queridos compañeros, espero veros pronto. Significáis mucho para mí. Sois parte de mí. Disculpad que en treinta años, increíblemente, no haya tenido tiempo de pensar mucho sobre ello. He tenido unos días muy ocupados. Me pregunto si al final, después de romper muchos pares de zapatos, todo aquello que buscaba en realidad ya lo tenía. No os entretengo más. Nos vemos.

Gracias por leerme.



Juan Rodríguez

No comments:

Post a Comment