Estimados amigos,
A menudo me resisto a
comentar sobre la rabiosa actualidad cuando todavía es pintura fresca en el
muro de los medios de comunicación. Pero he creído en esta ocasión que no tengo
otra alternativa que hablar de los episodios de corrupción que llenan, todavía,
las primeras páginas de los periódicos.
Pero en cualquier caso
no quiero dejarme llevar por el hedor y la ola de rabia que generan estos
hechos. Me gustaría más bien contribuir con un análisis meticuloso y racional
del fenómeno de la corrupción. Para mí la corrupción es cualquier hecho que
profana los principios morales generalmente aceptados de forma voluntaria e
injusta, normalmente en beneficio propio. No pongo ejemplos porque basta
conectarse a cualquier periódico digital y obtener más de los que quisiéramos.
Para mí la corrupción no
es específica de los políticos, jueces, o personas en general que tienen
posiciones de poder. Es una mentalidad, un estado de ánimo. La corrupción comienza
el día que nos llevamos un lápiz de la oficina para nuestro uso particular. Normalmente
va acompañada de un sentimiento de justicia hacia uno mismo. En el caso del lápiz,
un sentimiento de que la empresa me saca un rendimiento que justifica que yo me
lleve cosas a mi casa. Para compensar, porque me lo merezco. Del lápiz se pasa
a la venta de información, al trato discriminatorio, al contrato que se
adjudica a un amigo. Es como una pendiente resbaladiza por la que se va
descendiendo lentamente. Por eso unos principios morales sólidos son
fundamentales. También lo son unos sistemas de supervisión y de castigo
eficaces. Porque al final la tentación va a existir siempre y si no se hace
ejemplo de los casos demostrados, se da campo a la peor compañera de la corrupción
que naturalmente es la impunidad.
Se ha puesto de
actualidad últimamente el tema del indulto a Alfredo Sáenz. La impunidad. La
que puede existir en el caso Urdangarín. La que posiblemente tenga lugar en el
caso Bárcenas. La impunidad conlleva la figura del cabeza de turco. Ese tipo
desenfadado que pasaba por allí y parece no enterarse muy bien de la fiesta. El
que carga con las culpas. El despistado, malicioso eso sí, que carga con los
pecados propios y con los ajenos.
Me pregunto si la
corrupción es un fenómeno cultural en España. Me explico. Hay como una admiración
social hacia el “enterao” (que diría un castizo). Ese primo que tiene un amigo
que le quita las multas de tráfico. Esa persona que tiene un trabajillo “en
negro” mientras cobra el paro. Estas cosas tienden a verse como apropiadas y
justificadas, en vez de como comportamientos que atentan contra la igualdad y
la honradez. Contaban de un alcalde de la región en la que crecí, que habiendo
sido sorprendido cazando en época de veda, replicó a los que le recriminaban
que lo hacía porque era el alcalde. Que ser alcalde significaba poder y el
entendía que ejercer el poder consistía en hacer cosas que el resto de la gente
no podía hacer. No tengo constancia de como terminó la historia, aunque puedo
imaginarme que tomando unos vinos con la pareja de la Guardia Civil de la
comarca.
Hay que decir que la corrupción
requiere un caldo de cultivo institucional. El nivel de tolerancia a la golfada
es diferente según los países. Se me viene a la cabeza el caso del diputado británico
que tuvo que dimitir recientemente. La corruptela consistía en haber declarado
en una denuncia de tráfico que su mujer era la conductora del vehículo. La
mujer, posteriormente divorciada del sujeto en cuestión, cargó con los tres
puntos en el carnet de conducir pero posteriormente decidió hacer sangre del
asunto y sacar el tema a la luz pública. No me imagino yo a diputado o senador yéndose
a casa por una “pecata minuta” como ésa. Quizás porque una visita a la policía local
al grito de “usted no sabe quién soy yo” podría resolver el asunto de forma muchísimo
más discreta.
Termino reseñando que la
corrupción no tiene nada que ver con la legalidad. Por ejemplo, todo el tema de los bancos y cajas,
su rescate, las preferentes o el “banco malo” son en mi opinión corruptelas de
la peor clase. Porque son legales. Precisamente por eso. Son abusos de poder a
los que también hay que encontrar remedio.
Pero las soluciones
las dejo para otro día. Que luego se me recrimina la falta de brevedad.
Gracias por
leerme.
Juan Rodríguez