Tuesday 12 February 2013

Los ‘corrutos’, que diría Pepiño Blanco.



Estimados amigos,

A menudo me resisto a comentar sobre la rabiosa actualidad cuando todavía es pintura fresca en el muro de los medios de comunicación. Pero he creído en esta ocasión que no tengo otra alternativa que hablar de los episodios de corrupción que llenan, todavía, las primeras páginas de los periódicos.

Pero en cualquier caso no quiero dejarme llevar por el hedor y la ola de rabia que generan estos hechos. Me gustaría más bien contribuir con un análisis meticuloso y racional del fenómeno de la corrupción. Para mí la corrupción es cualquier hecho que profana los principios morales generalmente aceptados de forma voluntaria e injusta, normalmente en beneficio propio. No pongo ejemplos porque basta conectarse a cualquier periódico digital y obtener más de los que quisiéramos.

Para mí la corrupción no es específica de los políticos, jueces, o personas en general que tienen posiciones de poder. Es una mentalidad, un estado de ánimo. La corrupción comienza el día que nos llevamos un lápiz de la oficina para nuestro uso particular. Normalmente va acompañada de un sentimiento de justicia hacia uno mismo. En el caso del lápiz, un sentimiento de que la empresa me saca un rendimiento que justifica que yo me lleve cosas a mi casa. Para compensar, porque me lo merezco. Del lápiz se pasa a la venta de información, al trato discriminatorio, al contrato que se adjudica a un amigo. Es como una pendiente resbaladiza por la que se va descendiendo lentamente. Por eso unos principios morales sólidos son fundamentales. También lo son unos sistemas de supervisión y de castigo eficaces. Porque al final la tentación va a existir siempre y si no se hace ejemplo de los casos demostrados, se da campo a la peor compañera de la corrupción que naturalmente es la impunidad.

Se ha puesto de actualidad últimamente el tema del indulto a Alfredo Sáenz. La impunidad. La que puede existir en el caso Urdangarín. La que posiblemente tenga lugar en el caso Bárcenas. La impunidad conlleva la figura del cabeza de turco. Ese tipo desenfadado que pasaba por allí y parece no enterarse muy bien de la fiesta. El que carga con las culpas. El despistado, malicioso eso sí, que carga con los pecados propios y con los ajenos.

Me pregunto si la corrupción es un fenómeno cultural en España. Me explico. Hay como una admiración social hacia el “enterao” (que diría un castizo). Ese primo que tiene un amigo que le quita las multas de tráfico. Esa persona que tiene un trabajillo “en negro” mientras cobra el paro. Estas cosas tienden a verse como apropiadas y justificadas, en vez de como comportamientos que atentan contra la igualdad y la honradez. Contaban de un alcalde de la región en la que crecí, que habiendo sido sorprendido cazando en época de veda, replicó a los que le recriminaban que lo hacía porque era el alcalde. Que ser alcalde significaba poder y el entendía que ejercer el poder consistía en hacer cosas que el resto de la gente no podía hacer. No tengo constancia de como terminó la historia, aunque puedo imaginarme que tomando unos vinos con la pareja de la Guardia Civil de la comarca.

Hay que decir que la corrupción requiere un caldo de cultivo institucional. El nivel de tolerancia a la golfada es diferente según los países. Se me viene a la cabeza el caso del diputado británico que tuvo que dimitir recientemente. La corruptela consistía en haber declarado en una denuncia de tráfico que su mujer era la conductora del vehículo. La mujer, posteriormente divorciada del sujeto en cuestión, cargó con los tres puntos en el carnet de conducir pero posteriormente decidió hacer sangre del asunto y sacar el tema a la luz pública. No me imagino yo a diputado o senador yéndose a casa por una “pecata minuta” como ésa. Quizás porque una visita a la policía local al grito de “usted no sabe quién soy yo” podría resolver el asunto de forma muchísimo más discreta.

Termino reseñando que la corrupción no tiene nada que ver con la legalidad. Por ejemplo, todo el tema de los bancos y cajas, su rescate, las preferentes o el “banco malo” son en mi opinión corruptelas de la peor clase. Porque son legales. Precisamente por eso. Son abusos de poder a los que también hay que encontrar remedio.

Pero las soluciones las dejo para otro día. Que luego se me recrimina la falta de brevedad.

Gracias por leerme.



Juan Rodríguez