Estimados
lectores,
¡Feliz año nuevo! Racionalmente creo que no será demasiado
bueno, pero la costumbre de celebrar este tipo de eventos periódicos nos da la
oportunidad de pararnos y pensar, de reflexionar sobre lo evidente una vez más y,
¿por qué no?, desear que todo vaya bien. Al final la felicidad y la riqueza,
pudiendo estar relacionados, no son lo mismo.
Sigo constatando
una cierta calma tensa en el ambiente y en los medios de comunicación. Los
mercados se calman, no se habla ni de Grecia, de España poquito, nadie se
acuerda de Irlanda y tendré noticias de Portugal cuando un compañero de trabajo
vuelva de unos días de descanso allí, en su país. Me pregunto si todo eso tiene
que ver con la inercia de las elecciones en Estados Unidos y la necesaria
anestesia informativa, o con el comienzo del apagón informativo que debe
preceder a las elecciones de este año en Alemania.
Sea como fuese,
la realidad es tozuda. Los problemas no se desvanecen porque no se hable de ellos.
Las deudas crónicas, públicas y privadas, no se resuelven creando dinero de la
nada, papelitos de valor tendente a cero que envenenan el sistema de precios
imprescindible para el funcionamiento de la sociedad. Alfonso Guerra certificó
la muerte de Montesquieu en su momento. De seguir siendo el forense de guardia
bien podría certificar ahora el fallecimiento, a causa de la crisis, de la
independencia de los bancos centrales. Hemos llegado al final del camino. Tras
el fracaso de todas las medidas anti crisis sólo queda la manipulación estadística
de la inflación y de la deuda; y la emisión masiva de dinero para comprar bonos
subprime con la garantía del estado.
Todo esto me
lleva a pensar si la democracia está funcionando. En un sistema tan
cortoplacista la tentación de comprar votos con el presupuesto es irresistible.
Los gobiernos conceden a sus ciudadanos “derechos” que no se puede permitir y
crean estados “del bienestar” que requieren unos recursos inasumibles. Y así la
bola va rodando, de elección en elección, a sabiendas de que los problemas ya
los arreglará el que venga y cruzando los dedos para que una buena racha económica
nos ahorre el disgusto de tener que tomar decisiones desagradables.
Mirando los
libros de historia vemos que las crisis severas como la que sufrimos se curaban,
según la gravedad del caso, con devaluaciones, dictaduras o guerras. Afortunadamente
las dos últimas son opciones cada vez menos aceptables y en la eurozona nos
hemos cargado la primera. Cosa que tampoco está tan mal porque una devaluación no
deja de ser un truco contable de administrador poco responsable que empobrece a
sus ciudadanos para salir del agujero. Me imagino a nuestro presidente salivando
sólo con imaginarse la posibilidad de pegarle un martillazo del 20% a la
peseta.
Considerado todo
lo anterior me pregunto si la democracia es ahora mismo el sistema más eficaz
de administración. No es que yo postule otro tipo de gobierno. Al final,
recurriendo al “patrón” de este blog, la democracia es el peor sistema político
si se excluyen todos los demás. Algo parecido a lo que le pasa al capitalismo.
Pero resulta cada vez más evidente que el sistema necesita reformas. Que hay
que recuperar la división de poderes y hay que poner límites legales a lo que
un gobernante puede hacer, con las consiguientes repercusiones penales si se da
el caso. Ahora mismo una cadena de gobernantes irresponsables puede dejar
deudas a tres generaciones de ciudadanos, si, a nuestros hijos y nietos, y aquí
no pasa nada.
En todo caso,
consuelo de tontos, el año empieza con una buena noticia. España ya no es el país
de la Unión Europea con la mayor tasa de desempleo. No, en efecto, no es que se
haya invertido la tendencia y hayamos empezado a crear el empleo destruido. Es
más bien que Grecia, en su particular tragedia, ha conseguido superarnos. ¡Intolerable! Ya veréis como alguien en el Ministerio de Trabajo nos lo vende como una
buena noticia.
Gracias por
leerme.
Juan Rodríguez